El decimosexto día fue el del viaje de vuelta. Nos levantamos tempranísimo porque teníamos tres aviones que tomar. Llamamos a dos taxis que nos recogieron y pasé más miedo en el trayecto al aeropuerto que en los aviones que tomamos a continuación. Los taxistas iban conectados por emisora de radio y se avisaban de cuándo podían adelantar en una curva sin visibilidad de una vía de doble sentido...
Al llegar al aeropuerto me di cuenta de que había dejado mi teléfono en casa de Carlos y ya no me daba tiempo a volver para recogerlo así que... menos mal que Carlos volvía a las dos o tres semanas para la boda de su hermana.
El Querétaro - México D.F. lo hicimos en Aeromar, en un avión de hélices, para gozo de Charlotte, que odia volar. En el aeropuerto de México D.F. tuvimos que volver a facturar, pero esta vez hubo una empleada de Aeroméxico (que era la compañía que nos llevaba a Atlanta) que nos dijo que podíamos no recoger el equipaje en Atlanta y facturarlo directamente a Madrid, ya que Atlanta es uno de los pocos aeropuertos de Estados Unidos que tiene esa opción. Casi le dimos un beso.
El vuelo a Atlanta fue estupendo y al llegar allí tuvimos que pasar de nuevo los controles de aduanas: extenuante.
Esta vez, la escala en Atlanta fue más amable que la primera, y a todos les entró la fiebre de las compras, hasta tal punto que casi nos tienen que llamar para el embarque, ¡con cuatro horas de escala! También comimos en un Foster's una hamburguesa que nos supo a gloria bendita. Por cierto, vimos más tíos buenos en la escala en Atlanta que en los días que pasamos en México.
El vuelo Atlanta - Madrid no tuvo ningún retraso y llegamos puntuales a la T1, con lo que tardaron unos 15 ó 20 minutos en devolvernos las maletas. A la salida nos esperaban la hermana de M. y mi hermana, que ya habían entablado una animada conversación porque M. le había enviado a su hermana un mensaje describiéndole cómo es mi hermana...
Ferragosto
Hace 3 meses
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