Dejamos la furgoneta en el aparcamiento del aeropuerto y fuimos a la terminal a esperar el vuelo. Un momento de tensión fue la facturación, porque tanto M. como Marilú se compraron un cuadro con marco de dimensiones considerables. Yo me desentendí de la cuestión porque les había advertido sobre las dimensiones de los cuadros en el momento de la compra.
Otro momento de tensión se vivió cuando a Marilú no le dejaban pasar en el equipaje de mano los patés que habíamos comprado (y que los demás habíamos metido en el equipaje facturado). Salió de nuevo para facturarlos, pero le pedían 50 euros por ser el segundo bulto. Finalmente, los patés fueron a la basura del aeropuerto.
Al llegar a la puerta de embarque nos sentimos como en España: niños correteando y gritando como posesos, mientras sus padres les llamaban a gritos.