El día 15 de agosto era nuestro día "D" comienzo de las vacaciones a los Estados Unidos. Hubo que madrugar bastante porque el vuelo de Delta salía a las 10:10 a.m. y no teníamos las tarjetas de embarque ya que no funcionaba la página de la línea aérea. Llamé a un taxi y fui a recoger a Charlotte y a
M. que se había quedado a dormir en su casa.
Facturamos las maletas y entramos a cambiar algo de dinero para tener dólares al aterrizar en el JFK. El vuelo fue muy bueno, se movió un pelín, pero muy poco. Después de 7 horas y un par de películas aterrizamos suavemente en NYC. Por arte de viajar hacia el oeste, el reloj se atraso 6 horas, así que ese iba a ser un día largo.
En la aduana no tardamos nada y cuando sali (fui el ultimo) ya tenian mi maleta. Fuimos al hotel en metro, y como era sabado y estan haciendo trabajos de mejora, el metro iba un poco mal: mucho intervalo entre tren y tren e iba parando en todas las estaciones. Incluso pensamos que nos habíamos confundido y nos bajamos en la segunda estación para decubrir que la confusión fue bajarnos del metro.
Llegamos al Hotel Da Vinci después de una hora en metro y un paseíto por las calles de NYC. Está muy cerca de Central Park y de la 5th Avenida. El hotel esta muy bien, tuvimos habitaciones grandes y limpias y el baño grande y limpio. Empezamos a tener el síndrome de NYC: mirar hacia arriba y hacer fotos.
Decidimos ir a dar una vuelta por Central Park porque estábamos MUY cansados y quedaba muy cerca del hotel. Pero la cámara ya echaba humo.
No somos nosotros ¿eh?
El cansancio hacía mella en nuestra voluntad así que decidimos dar una vuelta por la cercana 5th avenida que tenía la animación propia de un sábado por la tarde de compras. Nos acercamos a Tiffany y dimos una vuelta por las glamourosas plantas. Por cierto, a
M. no le gustó ninguno de los anillos de pedida que le propuse ¡Es un exigente!
A continuación visitamos la tienda que está
enfrente:
Uno de sus atractivos es que en la puerta ponen a un maromo sin camiseta ¡para que se haga fotos con los turistas! Por supuesto,
M. y yo nos hicimos una foto con el maromo de
Abercrombie:
indescriptible.
Mientras éramos el centro de los focos de amigos y turistas, una fotógrafo de la tienda nos hacía una foto en una polaroid, de excelente calidad, no como la que conocía en mis años infantiles. (Atención al fondo que está presente a la entrada de todas las tiendas de esta marca).
Sí, también palpamos al maromo, como hace esta osada turista.
La tienda tiene la ropa que casi todo el mundo conoce, el ambiente es bastante oscuro, tiene alguna estatua de un jugador de rugby como si fuera un dios griego del Olimpo y murales deportivos bastante homoeróticos (a lo mejor es mi sucia mente la que ve homoerotismo en simples escenas deportivas). El local tiene la música muy alta, y todo el local y la ropa están impregnados del olor de la fragancia que venden. Hay mayoría abrumadora de prendas para hombre, digamos que las de mujer tiene una presencia testimonial.Sorprendentemente la ropa suele tallar poco para los estándares americanos, es decir, una M europea equivale a una L de esa tienda.
Por cierto, los dependientes de esa tienda están TODOS tremendos: merece la pena visitarla solamente por admirar esas esculturas caminantes.
Después de la petardada gay, seguimos admirando tiendas y llegamos a la Catedral de San Patricio y el Rockefeller Center.
Estábamos muy cansados, así que nos volvimos pronto al hotel para cenar, descansar de la larga jornada y tratar de adaptarnos lo antes posible a la hora neoyorquina.