sábado, 8 de septiembre de 2007

De viaje (III y IV)

El tercer día fuimos a la Mezquita Azul: indescriptible. Simplemente hay que visitarla y dejarse atrapar por su embrujo.

Después buscamos otra que estaba sobre unos comercios cerca del Bazar de las Especias y nos dejó alucinados: qué decoración, simple y a la vez vistosa, pero también muy relajante. (Creo recordar que es la Mezquita de Rustem Pasa).

A continuación fuimos a la Mezquita de Soleimán el Magnífico que me dejó con la boca abierta (y aun no la he cerrado). Además fue construida en muy poco tiempo. Comimos allí cerca y a M. le apetecía una cerveza, pero por la cercanía de la Mezquita no la tenían. El camarero nos miró con cara de susto y nos dijo señalando la Mezquita: "no, no, ... the Mosque".

En los jardines de la Mezquita de Soleimán estaban filmando una película, serie, o lo que fuera.

Al llegar al hotel nos sorprendió que habían convertido las dos camas individuales pegadas en una sola cama… ¡qué majos los chicos del hotel! No nos hemos hecho cariñitos en público en el hotel ni nada de eso, pero se ve que son muy observadores.

El cuarto día fuimos al palacio de Topkapi. Nos gustó muchísimo, especialmente el harén. Qué manera de decorar, quizá allí sea lo habitual, pero a los que no estamos acostumbrados a eso, nos parece fascinante.

Allí M. se encontró con una ex-alumna ¡qué casualidad!

Por la tarde fuimos al hammam Çemberlitas, que es muy turístico y que estaba con una gran proporción de españoles. Primero estuvimos relajándonos en el hararet (el mármol caliente) y después nos dieron un buen meneo a cada uno. Lo curioso es que a M. le dieron más masaje que a mi. Al leer la guía lo comprendimos: a él le llevaron a lavar el pelo, a mi… no les hacía falta, iba bien rapadito de Madrid. (¡Qué discriminación! Con lo que me gusta que me toquen la cabeza).

Al ir hacia el hotel medio embobados nos paró el camarero de un restaurante frente a Santa Sofía mostrándonos el menú, le dijimos que era muy pronto y que volveríamos luego. Yo sabía que volveríamos porque en el menú había humus, que le encanta a M.

Cuando una hora después volvimos, el camarero flipó en colores. Nos atendieron muy bien, cenamos de maravilla y a la salida nos invitó a sentarnos con él a tomar “otro té”. Un tío encantador con el que hablamos de la vida en general y que nos recomendó otro hammam menos turístico y más barato.

La verdad es que estos tíos tienen una de recursos que impresionan. Son capaces de venderle un frigorífico a un esquimal. Es alucinante verles relacionarse con la gente. Al final terminamos llamándole Alberto, porque no nos quiso decir su nombre.

¡Ah! Hay algo que no falla: el fútbol. Esta gente sigue la liga española con devoción. Se saben las alineaciones del derecho y del revés.

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